martes, 23 de febrero de 2016

La razón por la que sonrío sin por que.

En preguntar lo que sabes 
el tiempo no has de perder.. 
Y a preguntas sin respuesta 
¿quién te podrá responder?


Me subí al autobús y pude admirar en esa milésima de segundo como tus ojos buscaban los míos mirándote una última vez. Y me senté en uno de esos asientos mirando hacia atrás por si decidías correr para detener el vehículo y darme otro beso. Mi cabeza aún se preguntaba, que hacía en aquel lugar en aquella hora, si ese camino llegaba a algún sitio, si se estaría mejor contigo en la silla vacía de al lado, si de verdad era invierno y que si de verdad eso era ser feliz. Cuanto más me alejaba más me dolía la cabeza. Era un dolor punzante y continuo. Había pasado en muy poco tiempo de estar contigo abrazado a estar sentado en un autobús lleno de desconocidos de caras tristes y a un cielo cada vez más oscuro. El contraste entre mi cabeza y los fríos tiempos que pasan era demasiado grande y sentía mi cráneo comprimir mis pensamientos como cuando se baja de lo alto de una montaña y las botellas se aplanan. Y la distancia se hacía más larga y cuanto más larga más pensaba en la siguiente vez que te fuera a ver o si de verdad habría otras. Eras demasiado grande para mi cabeza. Y eso que había desechado ya a mi familia, mis estudios, mis amigos, mi vida. Pero aun así no cabías. La situación era cada vez más complicada, cada minuto más doloroso. Mi mente no estaba lejos de explotar y ya había comenzado la cuenta atrás. La catástrofe era inminente. Imparables las consecuencias.

Entonces, ahí mismo, en público, sin razón, sonreí.


Santiago García.




domingo, 14 de febrero de 2016

La ladrona de corazones.

Sinceramente, no pensaba volver a escribir sobre esto. No sabéis lo deprimente que es ver caer lágrimas en una foto en la que apareces sonriendo. No tenéis ni una mínima idea sobre cómo es la vida si te crees feliz ahora mismo. Y nada más lejos de la realidad que te despertarás mañana y mañana un nuevo día, no no. Aquí has venido a sufrir. Y si no quieres te piras. Es así. No sabes cuantos palos te darán ni cuantos años pasarán en vano. Y el helado se te derretirá si no te lo comes a tiempo. Que nadie hace más mal que cuando no se entiende o simplemente no hace nada, cuando se "sobreentiende" o se "sobreactúa". Que sí que sí que todos hemos leído "Las ventajas de ser un marginado" pero eso a ti no te sirve de nada. Solo son chismorreos. "Estate bien", "Se feliz." como si fuera fácil. Ja, ja. Que no sabes lo que es tener dudas. Que hay veces que las dudas en la cabeza de uno se ramifican como en los esquemas de una clase de universidad y acabas el día con 37 posibles soluciones todas ellas con connotaciones y muchos asteriscos con letra pequeña a pie de página. Pierdes la esperanza, ¿vale la pena luchar por un mundo en el que no habitan personas? mejor dicho ¿vale la pena vivir en él? ¿Si digo que sí? ¿Vale la pena lo que hago ahora mismo? ¿Sirve de algo? En el fondo has sabido toda tu vida que no.

Y siempre te han dicho que esto solo es una etapa de tu vida pero nunca te lo has creído. Que esos desamores se van a arreglar o que vas a hacer algo muy grande en tu vida. No te lo crees y no te lo creerás, hasta que llegue el día, sí, ese día, ese día sin esperanza, cuando ya se ha acabado la banda sonora, ese día en el que bueno, ya te has acostumbrado a ver la vida entre barrotes, pero que en el momento más inesperado llega la persona, si esa persona, esa tan alucinantemente especial que solo llega una vez en la vida. Esa que solo existe en las películas y que anda a cámara lenta hacia a ti.

Se acerca y hueles sus intenciones. Te emocionas, pierdes la respiración, te mareas, piensas "¡oh, dios! lo va a decir" (esa frase que todo el mundo quiere oír) si amigos ese es el momento exacto en el que baja cupido y te clava una flecha en la espalda atraviesa tu caja torácica te rompe el corazón te daña algún que otro órgano más (por eso de que te quedas sin respiración) y bueno la flecha te sale por el pecho.

Y justo, ahí en el sofá de tu casa sin merecerlo, pero necesitándolo, mientras caen dos billetes de veinte euros, oyes "Vete a comprarte los libros que quieras a la librería".


Santiago García.