viernes, 20 de noviembre de 2015

Calcetines grises.

Parte II.

-¿Qué?
-Has tardado treinta y tres segundos en hablar -Los conté por curiosidad-.
-¿Los has contado?
-Sí
-Tú tampoco has hablado -Estaba contando en silencio, no podía hablar-.
-¿Tampoco estaba hablando o quería guardar silencio? ¿El vaso este medio lleno o medio vacío? -Menuda ocurrencia-.
-Depende de si eres optimista o pesimista.
-Bueno... Si lo piensas el vaso está medio lleno de agua y medio lleno de aire, así que el vaso está lleno -Me supero cada vez más a mi mismo-.
Por lo visto discutir acerca de si lloverá o no, no tiene ningún sentido, además por anteriores casos sé de sobra que cuando digo con afirmación “No, no lloverá.” Siempre acaba lloviendo. Pero aquel día no creo que fuera a llover. Las nubes no eran tan grises. Tampoco hacía frío. Quizá fue su compañía, quizá no hacía frío. Cuando volvía la cabeza me sorprendían siempre unos ojos abiertos contemplándome, inspeccionando cada movimiento, casi como si fuera un extraterrestre estudiándome. Como si de un momento a otro me fuera a abrir en canal y me… ¿Por qué me toca los mofletes de la cara? Al parecer era un ser humano corriente y solo le gustaba jugar con mi cara. Falsa alarma.
Cuando ya no había luz supe que era hora de irme a casa. Tendríamos que habernos conocido hace 6 años, todo sería más fácil o, al menos, diferente. ¿La verdad? Nadie la sabe. Quizá ya es demasiado tarde, quizá tenga que seguir buscando un buen quizá, ya que lo único peor a no ser amado, es amar. La noche avanzaba y un mediocre "buenas noches" me llevo hasta casa. Cuando abrí la puerta mi familia no estaba. Ese silencio. Ese que nadie podía romper sí que fue incómodo. No me acuerdo demasiado bien lo que ocurrió después pero esa noche pude dejar a medias una película.


La mañana siguiente llovió. Me dolía el cuello. Quizá fue porque dormí mal, quizá pensé demasiado o quizá me pesaron mucho sus besos.






Santiago García (ilustración hecha por Santiago García)

sábado, 14 de noviembre de 2015

El amor mató al hombre.

CAPÍTULO 1

ra se una vez, en un lugar no tan remoto como querrías que estuviese, vivía un párvulo y su consanguíneo en plena flor de la vida. Eran como cualquier familia. Uno era alto, galán y seguro de sí mismo y el otro era más bajo menos guapo y tímido. Su más notaria diferencia era que el hermano mayor tenía un sombrero. Era un sombrero dotado de hermosura o eso pensaba su hermano. Pero nunca se lo prestaba, ni se lo quitaba y las veces que se lo intentó robar nunca lo logró. Sabían salvar las diferencias y no, dependiendo del día. Sobrellevaban sus vidas con paciencia y combatían por cada día. Desde que la luz cegaba sus profundos sueños hasta que el astro avisaba en lo alto del cielo la llegada de la noche. Entre ellos cuidaban el uno del otro, incluso muchas veces cuando el hermano menor no podía dormir, el mayor narraba relatos fantásticos en voz alta, como aquella historia, la de las hormiguitas. En la que existían unas hormigas que eran tan pequeñas que eran imperceptibles al ojo humano y que, cansados de haber cargado azúcar todo el día, derramaban sus sacos sobre los parpados de… y siempre se quedaba dormido. Pobre, ingenuamente el menor se creía ese tipo de historias que despertaban su lado más curioso. Y aunque lo ocultaba muy bien era tan capaz como su hermano aunque ni si quiera él lo sabía, ¡ni se lo habría creído de haber habido alguien que se lo hubiera dicho! No dudaba en desanimarse al ver que su hermano prosperaba y él no, era incomprensible e irritante. Pero el perfecto de su hermano siempre lo alentaba.




Santiago García (Ilustración hacha por Santiago García)

jueves, 5 de noviembre de 2015

Calcetines grises.





Parte I.

La mañana siguiente llovió. Me dolía el cuello. Quizá fue porque dormí mal, quizá pensé demasiado...

Nunca me ha gustado esperar, esperar significa estar y que no estén contigo. Esperar significa que no quieren llegar o que quisiste llegar demasiado. Hoy era uno de esos días en los que despertaba y cuando miraba hacia delante todo parecía más pequeño y si se repetía mucho una palabra en mi cabeza sonaba a otro idioma. Pienso que si te dicen que hay dos maneras de ver algo siempre puedes elegir no mirar o… Sus zapatos en el asfalto asustaron a mis pensamientos y corrieron a esconderse detrás de un abrazo forzado. Andar a su lado y mirar a sus ojos era sencillo. Y en el lugar donde nadie podrá cantar sobre lo que hicimos, como si de un viejo amigo se tratase, el demonio que vivía en su cabeza se entendía con el mío y casi tan mágico como una noche en familia pasamos nuestra última tarde de verano mirando el cielo de ese domingo de noviembre.
-"Solo es la manía de las personas de poner nombre a todo."
Quizá me repitió, quizá pensaba lo mismo.
-Has repetido exactamente las mismas palabras que he dicho yo.
-¡Devuélveme las zapatillas, mira como tengo los calcetines de sucios!
-Eso te pasa por llevar calcetines blancos.
-A mis padres no les gustan los calcetines grises. -Dijo mirando mis calcetines-. 
Mis calcetines son todos grises, pensé. Era hermoso el momento en el que sin querer sonreía y sin querer sonreía yo. Pero, sinceramente, me resulta siempre muy desagradable que una persona que conoces de 3 días te aprecie más que alguien que te haya soportado toda la vida. Quizá no sea así, quizá ese sea el problema, que nada dura toda la vida.

Ilustración por Santiago García.
Santiago García