martes, 8 de marzo de 2016

El amor mató al hombre.

~  Ver capítulo 1, capítulo 2 o capítulo 3  ~


CAPÍTULO 4

En ese lugar extraño, de extraño nombre, y de paradero desconocido permaneció la peor etapa de su vida. Y en el momento en el no pudo tocar más fondo se encontró a si mismo más solo que nunca en ese lugar, habitado por extraños desconocidos con caras agradables, llorando encima de la mesa que gobernaba el salón. No solo en la mesa, por la ventana no se veían más que siluetas debido al vaho de su respiración agitada e incluso la lámpara y un baúl de color semejante al de la cáscara de una castaña o al del pelaje de una ardilla habían soportado todo aquella agonía sufrimiento descarnado. 
No sé si fue cuando se quemó (a propósito) los dedos o cuando empezó a romper tazas de cristal arrojándolas por la ventana cuando se dio cuenta (o se quiso dar cuenta) de que todo su tormento había estado conducido por un sombrero. 
Un sombrero (un jodido sombrero) le había arruinado la vida. 
Cuentan (o dicen que cuentan) los rumores de los que lo veían (o dicen que lo veían) a veces que cuando más se enfadaba la cabeza le daba vueltas y de tanto pensar le salía humo de la cabeza. Empezó (o continuó abiertamente) a odiar a su hermano aunque fuera su hermano. Se contradecía a si mismo frecuentemente (o no). Su perfecto hermano que le había robado todo (o eso pensaba él). Quizá con un sombrero así también hubiera hecho eso (eso de quedarse con la chica y ser feliz) (¿lo hubiera hecho?). Quizá así habría sido igual de perfecto y esbelto. Ese pensamiento le deformó aún más el pensamiento. Y empulfenzó a conprestruir slumbreiros a mano. Digo slumbreros aunque él solo quisiera uno por que a la primera evidentemente no le quedo todo lo estupefaciente que él quería. Ni a la primera ni a la veintiunmilésima octingentésima septuagésima quinta vez. 
No se sabe (o no se o no me acuerdo) muy bien que fue de él ni de por que se quedó encerrado eternamente en la hora del té pero los slumbreros no eran suficientes ni él era suficientemente bueno para si mismo y para sobrevivir regaló (o vendió) los sumbreros. Sí los regalo, porque para sobrevivir no necesitaba dinero sino no ahogarse con ellos en su nueva casa (dela que le echaron porque el miedo de los aldeanos y de los muebles acrecentó) y acabó marginado de la sociedad tachado de demente. 

Y así es como acabó (o no) nuestro dulce pero corrompido pequeño, porque el amor mató al hombre pero solo un sombrero puede enloquecer a un sombrerero.






FIN


Santiago García (Ilustración hecha por Santiago García)